A partir de esta publicación convocamos a escritoras/es, escribas, escribanas/os, incluso a los escribidores como el de La tía Julia, que quieran enviarnos algún relato, cuento, historia, poesía u otro escrito que tenga ganas de compartir. La idea es expresarnos libre, horizontal y democráticamente. Publicá en esta sección de Diario Visión… si se te da la gana, claro. A modo de puntapié inicial y para echar a andar el carro comenzamos con un cuento de un integrante de nuestro staff. Esperamos tu obra. El único requisito para ser destinatario/a de esta invitación es no excederse de las 2.000 palabras. Escribinos a lasganasdeescribir@gmail.com
LA MUDANZA DEL INGRATO
«Es fácil, como el Oso siempre está, lo del Oso no se valora» nos decía siempre el Ñato. Nunca le prestamos demasiada atención, lo que son las apariencias, un tipo que habla con el escarbadientes en la boca no es creíble. Si encima no terminó el secundario y trabaja en la carpintería de don Losada. Pobre Ñato, paz descanse, digo mientras tengo estas remembranzas… Ves, el Ñato jamás te hubiera dicho palabras como remembranzas, el Ñato jamás te hablaba con términos. Por eso nunca nadie lo escuchaba, qué pecado, si hubiéramos sabido que se nos iba a ir tan rápido.
El tema es que ahora que me acuerdo, se mudaba el Totolo. No, no que se mudaba, no le quedaba otra, el Turco le había dado crédito durante cuatro meses y viendo que no iba a cobrar más lo desterró de la pieza. Y ahí estaba el Totolo, seco, desocupado y sin otra parentela que nosotros, los amigos.
Ahí estabamos el Ñato, paz descanse, el Pascualito, el Chueco, yo, y el Totolo, casi retirado de la mesa nos miraba, como esperando un salvataje de nuestra parte. Para la mudanza del Totolo solo faltaba el lugar y plata para pagar el hospedaje, dinero para un flete, y mínimo una cama o cuanto menos un colchón, porque en la pensión del turco el catre venía incluido. O sea que tras el desalojo, el capital del Totolo se reducía a la nada misma. Ni bien el Totolo dio aviso al Pascualito al teléfono de su tía, enseguida nos fue llamando y cada uno de nosotros fuimos llamando al Totolo al teléfono de la pensión.
En clima de semejante tensión todos queríamos decir algo pero nos quedábamos en meros amagues. Es que cuando hay un gran problema, lo único que sirve es decir o hacer algo que realmente contribuya a la solución.
-El Oso ni llamó, el único que no me llamó- rezongó el Totolo -como se nota que tiene la vida toda acomodada
-Yo le avisé- se atajó el Pascualito
Una pausa de dos minutos y el Oso ingresó al bar. Sin muchas vueltas dijo que para salir del paso, él le ofrecía un departamentito de pasillo de una tía que dos meses atrás se había ido a vivir con la hermana, la desocupó pero por una cosa u otra nunca la había puesto en alquiler.
-Listo, ¡buenísimo Oso! -exclamó el Chueco- ahora sólo falta la guita para el flete, pero listo, hacemos una vaquita y chau.
-Tengo un compañero de la fábrica que me banca la Estanciera –acotó el Oso- Total, son sólo bolsos, más una heladera que me presta mi prima mas un par de sillas y una mesita que yo ni uso y una camita turca que me banca por un tiempo mi hermano… para empezar…
-¡De mendigo a príncipe, Totolo viejo!- Celebró el Ñato, paz descanse.
Dicho esto el Oso no se quedó ni para celebrar el momento de júbilo, andaba escapado del laburo. La verdad es que tampoco hubo exclamaciones de júbilo o euforia. La cadencia de nuestras palabras acusaban ahora el marcado alivio propio del problema resuelto. Ginebra para todos fue la consigna.
– Es fácil, como el Oso siempre está, lo del Oso no se valora- balbuceó como de costumbre el Ñato haciendo bailar su escarbadientes.
No hubo acuse recibo.
Como si nadie lo hubiera escuchado, a paso seguido nos pusimos de acuerdo para la mudanza, el sábado a la mañana podíamos todos ir a dar una mano. Ni una palabra más. Era martes, tiempo para juntar coraje había.
Y, querés creer… Esa misma noche falleció el Ñato al caer de un tapial en busca de unas naranjas ajenas. Treinta años y seguía robando frutas y gallinas.
El velorio fue muy discreto, no éramos más de diez o doce. Hicimos el aguante desde el primer minuto del velatorio, cinco de la tarde, hasta concluida la sepulltura, a las nueve del otro día.
Aquel sábado de la mudanza deberíamos haber sido seis, menos el Ñato, por razones obvias, cinco.
Después supimos que fueron sólo dos, el Totolo, obligado, y el Oso.
Yo estaba muy cansado, decidí engriparme. El Pascualito decidió que lo llamaron urgente de la oficina que por una emergencia debía presentarse aunque fuera sábado. Y el Chueco que es menos clásico se escudó detrás de una pregunta con pretenciones de inocencia: «¿Cómo, no habíamos quedado para el domingo?»
Ningún problema, se dieron maña entre ambos y pudieron hacer la mudanza.
El Totolo terminó de instalarse, y para el sábado siguiente propuso que nos reuniéramos el sábado siguiente para festejar su nueva casa, al menos con unas pizzas. Al fin de cuentas si a la mayoría le había surgido un problema, no íbamos a andar con rencores. Seguíamos siendo amigos.
Esa noche fuimos cinco. Obviamente las pizzas había que pedirlas. Es que si el Oso, al menos, hubiera conseguido una cocinita…
Esa noche nos reunimos, todos muy contentos, eufóricos. Todos no. El Oso comía en silencio, a lo sumo algún comentario corto y discreto. El resto, de fiesta absoluta.
Se hicieron las tres y media y comenzamos la retirada. Nos fuimos todos. Todos no. El Oso se quedó para ayudar a Totolo a juntar y ordenar.
Después sabríamos por el Totolo que cuando cuando terminaron, se sentaron a fumar el cigarrillo del estribo. Ahí mantuvieron una charla.
El Totolo nos contó que el Oso hablaba de cosas triviales y que él lo observaba en silencio, estaba dolido el Totolo. El Oso ni se percataba de su malestar. Después de un rato el Totolo rompió su mudez.
-Sabés Oso, ando un poco enculado con vos
-…
-¿Ni sabés por qué?
-No
-Yo siempre pensé que podía contar con vos
-Siempre es un extremo- observó el Oso- Pero no sé que te hice o qué no hice ahora
-Cuando les avisé a todos que me mudaba, viste…
-Ajá
– Vos también te enteraste
-Ajá… ¿Y?..
-Fuiste el único, escuchame, el ú-ni-co que no fue capaz de llamarme. Los demas, todos, to-dos me llamaron apenas se enteraron
-Es que en el laburo no me dejan llamar, Totolo…
-Todo bien, después colaboraste… pero me hubiera gustado que me llames
-Ockey…
-Dejá, esta bronca es pasajera. ya se me va a pasar y el tema va a quedar olvidado- dijo Totolo y lo acompañó hasta la puerta.
Ese relato del Totolo siempre quedó en mi cabeza dando vueltas. Yo no podía acordarme y ahora me vino… El Ñato además de decir que como el oso siempre está, lo del Oso no se valora, una vuelta me dijo algo más del Oso. Me contó que él mismo le preguntó una vez: ¿Oso, por qué aunque muchas veces no se te valora, vos siempre estás lo mismo? Dice que le respondió muy tranquilo: Mirá Ñato, yo sólo trato de hacer lo que tengo que hacer, los demás, si no lo hacen, ojalá que algún día empiecen a hacerlo.
Eso exactamente le contestó el Oso aquella vez al Ñato, paz descanse.
Quique de María